"No dejar escapar los pequeños placeres de la vida, buscando la gran felicidad."

Parece fácil decirlo, pero a la hora de la verdad, ¿quién es capaz de disfrutar de ellos? Típico ejemplo familiar: La semana de vacaciones. Todo un año idealizando las anteriores (porque una cosa les voy a decir, nunca son tan buenas cómo las recordamos ni cómo las imaginamos), y por fin, llega Agosto. Unos días antes preparando el viaje, seleccionando qué llevar, unas horas de coche insoportable, demasiada organización... Creo que tendría que ser mucho más fácil. Estás de vacaciones desde el siguiente segundo en el que abandonas tu puesto de trabajo. ¿Por qué no disfrutar desde ese momento? Menos es más. ¿20 kilos de ropa a la playa? Si luego acabas en bañador todo el día. Y qué es eso de quejarse por el atasco, "papá, ¿cuánto queda?, o "mira-el-capullo-ese-cómo-adelanta". De los atascos y largos viajes salen las conversaciones más interesantes.

Díganme, ¿qué cosas sencillas son las que les emocionan? A mí me produce una sonrisa bastante absurda el ir a comerme un yogurt y que la fecha de caducidad coincida con el día de mi cumpleaños (sobre todo si tu aniversario no fue la semana anterior). Una gran tontería, lo sé, pero durante esos segundos llegas a sentirte especial, cómo si ese lácteo estuviese predestinado para ti, ¿no les ha pasado nunca?.

Y cuándo te encuentras un billete olvidado en el bolsillo de la cazadora, ¡qué momento! A saber cuánto lleva allí, y sin embargo... ¡Es tuyo!. O mejor aún, ir a solas con un amigo y que sea él el que se lo encuentre. Te frotas las manos en silencio, porque sabes que, sí o sí, algo cae. Aunque sea una sonrisa, pero cae.

Así que desde mi humilde opinión propongo que olvidemos el coche de los sueños, conducido con la copiloto 90-60-90 hacía el palacio de turno...